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Eliseo el teléfono celular y el satélite artificial

El rey de Siria esta furioso. – ¡No puede ser; alguien nos está engañando! Yo he dicho que esta operación militar es absoluto secreto. ¿Cómo es posible que el enemigo se enteró?
Le acaban de comunicar que sus planes militares fracasaron otra vez. El enemigo lo estaba esperando con un gran ejército.
El rey de Siria está tratando de invadir el territorio de Israel y cada vez que manda un ejército para tratar de atravesar por tal lugar
encuentra que un buen contingente de tropas del enemigo están allí. ¡No importa! – dice el rey de Siria – Voy a tratar por
este otro lado. Cuando lo hace encuentra que un numeroso regimiento lo está esperando, apostado en un lugar bien estratégico. El rey llama a una reunión a su consejo de ministros y sus generales. Está muy preocupado. Cada vez que él intenta una maniobra militar el rey de Israel parecería que lo sabe y lo está aguardando con un fuerte destacamento. El rey empalidece de cólera delante de su Estado Mayor. Está convencido que uno de los ministros o generales lo está traicionando.
Acusa a su consejo de ministros que entre ellos hay un “vendido”. Empieza a mirar a cada uno de sus delegados. ¿Será posible que sea el Coronel ZZ? No, no puede ser. ¿Será posible que sea el general MM? Nunca lo podría imaginar. – ¿Quién me está traicionando? – exclama con su voz fuerte y enojada mientras dirige su penetrante mirada a cada uno de sus consejeros y generales. Espera que uno de ellos acuse a otro. Hay completo silencio. – ¿Es que nadie me va a decir quien es el soplón ? ¿Saben Uds. que hacemos en Siria con los traidores? – su voz ahora se pone de un tono bajo y siniestro. – Cuando lo encuentre lo pondré como escarmiento para que todos sepan que no hay que ser desleal a la patria! De pronto un siervo se adelanta y pide la palabra. Todos lo miran. – Mi rey – dice el sirviente (que por supuesto, ser un siervo del rey implica un puesto de gran distinción) – yo sé lo que sucede. El rey lo mira y le pregunta: – ¿Tú sabes quién es el culpable? – ¡Sí, mi Señor Rey, lo sé! – ¿Quién de ellos? – pregunta el monarca señalando con su dedo índice los rostros pálidos de los ministros y militares, escrutándolos con su penetrante mirada. – Ninguno de ellos, Majestad.
El alivio vuelve a los rostros de los acusados. Ahora continúa y dice: – El profeta Eliseo que está en Israel le declara al rey de Israel todas las palabras que tú hablas en tu dormitorio. – ¿Cómo es posible? – exclama el rey. Sus ojos brillan con furor. Su rostro está enrojecido. Extiende su mano y dice – ¡Que lo arresten! No se nos informa el nombre de aquel servidor pero muy probablemente escuchó la historia de la curación milagrosa del famoso capitán Naamán. El rey se sonríe. – Muy fácil – piensa para sus adentros. Y alzando la voz ordena: Mirad donde está y yo enviaré a capturarlo. Le informaron que estaba en Dotán.
El rey envía tremendo ejército a capturarlo. A veces el ser humano demuestra su falta de sensatez y discernimiento en forma más evidente que otras. Parecería que al rey no se le ocurre que si el “iluminado” lo sabe todo quizás no sea tan fácil capturarlo. Para empezar, el profeta sabría en ese mismo momento que el rey estaba planeando apresarlo. Los detalles son interesantes. “Y el rey envió allá gente de a caballo, carros y un gran ejército, los cuales llegaron de noche y rodearon la ciudad”. El cerco de la localidad era perfecto. – ¡De aquí no se escapa nadie! – aseguró el experimentado capitán veterano de muchas guerras. Uno de sus ayudantes le respondió: – Por este cerco no se escapa ni un mosquito. El asedio es completo. Los carros de guerra están colocados en los puntos estratégicos. Los soldados hacen una cadena humana que rodea la ciudad. Para que no exista posibilidad de escape la caballería fue colocada en forma ordenada rodeando la ciudad. Aquella noche en el ejército nadie duerme preparándose para la mañana siguiente. – Esta acción va a ser muy sencilla – comentan los guardias – Nos llevará unos minutos. Nuestro ejército es diez, veinte veces más grande que el de ellos. Pero otros tienen sus dudas. Algunos murmuran: – Parece que hay un hombre que se llama Eliseo que tiene poderes extraordinarios. Dicen que hay una divinidad que lo protege y que le da unos “poderes sobrenaturales”.
En la ciudad de Dotán el profeta Eliseo duerme profundamente. No es que descansa porque ignore el peligro. Reposa con paz porque sabe que EL SEÑOR está en su trono en los Cielos. (Me hace acordar al apóstol Pedro durmiendo placidamente en la cárcel la noche anterior a su proyectada ejecución .( Hechos 12:6). Al rayar el alba, como era su costumbre , el sirviente de Eliseo se levanta. Se lava la cara, se viste sus ropas y se prepara para salir de la ciudad. Al salir de la casa se encuentra con los vecinos que corren de casa en casa todos alarmados. – ¿Qué pasa, por qué están todos corriendo? Le dan el informe y no lo puede creer.
Camina unas pocas “cuadras” cuesta arriba y de allí puede ver por encima de los muros de la ciudad la causa del pánico. Un ejército tremendo está rodeando la ciudad. Reconoce los colores en los baluartes del ejército sirio. El criado empieza a temblar. Sabe lo que esto significa. El no ignora que los sirios, como todos los otros ejércitos, al tomar una ciudad matan a los hombres y a los ancianos. Por fin vence la parálisis que momentáneamente le afectó y corre hasta la casa. Abre la puerta con brusquedad y empieza a los gritos: – ¡Ay, Señor mío! ¡Ay, Señor mío! ¿Qué vamos a hacer? El hombre de Dios está tranquilo. Trata de apaciguarlo, pero no puede. El sirviente sigue gritando: – ¡Ay, Señor mío! ¡Se nos vino “el fin del mundo”! Por fin el profeta lo toma con su mano recia y le pregunta como si no supiera nada: – ¿Qué pasa? El sirviente da los detalles. No solamente la ciudad está rodeada de soldados sino que en su temor el siervo ve los guerreros dos, tres veces más grandes que los que son. Los caballos los percibe del tamaño de elefantes. ¿Verdad que nosotros también somos así? Vemos las cosas fuera de proporción. Nos atemorizamos sobremanera de todo lo que pudiera pasar y que en general nunca pasa.
La respuesta de Eliseo demuestra que él sabe exactamente lo que está sucediendo. Eliseo adentro de la casa sabía más que su sirviente después de hablar con muchos vecinos y mirar hacia fuera de la muralla. Eliseo con toda tranquilidad le dice a su siervo: No tengas miedo, “porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos”. Pero mi señor – dice el siervo – Ud. no ha visto el ejército que está afuera. Son diez o veinte veces más que los que estamos aquí en la ciudad. ¿Y qué pasa si la gente de la ciudad se le ocurre entregarnos a nosotros al enemigo, en vez de pelear? Eliseo sin duda conocía el Salmo 27: “ Aunque acampe un ejército contra mi, mi corazón no temerá, aunque contra mí se levante guerra aun así estaré confiado. Esfuérzate y aliéntese tu corazón. ¡Sí , espera en el Señor! (vs. 3 y 14).
En nuestra vida nos sentimos muchas veces que estamos rodeados de ejércitos enemigos que nos quieren destruir y nos atemorizamos. Tenemos los ejércitos del miedo al futuro. Del pánico a la enfermedad. Del pavor a la pobreza. Del espanto a la soledad. Y la lista continúa. El sirviente le dice al profeta: Señor, ¿Pero qué podemos hacer? ¡Ellos son tantos! ¿Y Ud. me dice que “son más los que están con nosotros que los que están con ellos”? Por un momento el doméstico piensa que su señor ha perdido el juicio. ¡Cómo pueden ser estos más si ellos son tantos! Muchos siglos después se produce un evento que tiene ciertas similitudes y desigualdades con este. Jesucristo va a ser entregado. Uno de los discípulos, Pedro, a quien podemos comparar con el siervo de Eliseo saca la espada para defender a su amado maestro. Jesús le dice “vuelve tu espada a su lugar porque todos los que tomen espada a espada perecerán”. Luego agrega una frase que para Pedro parece incomprensible “¿O piensas que no puedo invocar a mi Padre, y que él no me daría ahora mismo, más de doce legiones de ángeles?” (Mt. 26: 53). Por supuesto que “estaban más del lado del Señor Jesús que de sus enemigos, pero él rehúsa llamar a las legiones de ángeles porque estaba dispuesto a hacer la voluntad de su Padre. Eliseo invita a su sirviente a orar. El siervo mira hacia arriba con una actitud falsa de piedad y piensa dentro de sí mismo: – ¿De qué me sirve orar si hay un ejército que nos rodea? El profeta de Dios se arrodilla y ora. Cuando lo hace vemos en su rostro una calma perfecta. No tiene temor. Observamos en su faz la expresión de aquel que experimenta “la paz que sobrepasa todo conocimiento”. Con confianza dice: “Señor, abre sus ojos para que vea”. Eliseo podría haber orado que el enemigo fuera hecho pedazos o que desapareciera como humo. Podría haber pedido que les acontezca una plaga que los matara. Podría haber suplicado que cayera fuego del cielo. Pero Eliseo pidió lo que sabía que tenía que solicitar y era que su siervo pudiera ver. Aquí es donde esta historia nos habla al corazón. ¡Qué necesidad tenemos nosotros de poder ver un poco más allá de dos metros por delante! Nos podemos preguntar si el siervo del profeta tenía o no la responsabilidad de tener una percepción espiritual más profunda que el resto de la gente. Y la respuesta es sí. Al tener la oportunidad de estar tan cerca de un hombre de Dios tiene una exigencia mayor (Stg. 3:1). El debiera conocer las palabras del Salmo 3:6 “No temeré a las decenas de millares del pueblo que han puesto sitio contra mí”. Mientras Eliseo ora se produce un milagro. El siervo que tenia los ojos bien abiertos cuando el Varón de Dios oraba empieza a ver algo impresionante que no había visto antes. “Jehovah abrió los ojos del criado, y éste miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo y carros de fuego, alrededor de Eliseo”. Noten que la Escritura no nos dice que el Señor abrió los ojos de Eliseo. El varón de Dios ya los había visto. El Señor le había mostrado a su siervo que no estaba solo. No podemos dejar de pensar en las palabras del rey Ezequías cuando la ciudad estaba rodeada por el ejército enemigo de Senaquerib y animó al pueblo diciendo “Esforzaos y sed valientes; no temáis ni desmayéis ante el rey de Asiria, ni ante toda la multitud que viene con él: porque más poderoso es el que está con nosotros que el que está con él” (2Cr.32:7). Los ojos del criado se abren tanto que parece que se van a salir de las órbitas: – ¡Señor Eliseo, mire Ud., es increíble, mire el tamaño de esos caballos de fuego, observe la corpulencia de esos guerreros, vea esos carros tan grandes, hay carros por todas partes! Si los sirios creían que nadie se podía escapar del cerco que habían formado ahora es claro que nadie puede pasar esa barrera defensiva que Dios ha provisto. “ Ni siquiera un mosquito”. El Salmista dice “El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los libra” (34:7). Me imagino al siervo de Eliseo diciéndole a su amo: – Señor, ahora que sabemos que “somos más” cómo me gustaría subirme a la parte más alta de la ciudad y mover mis brazos y hacerles gestos para provocar al enemigo y decirles que vengan que les vamos a dar una lección, les vamos a dar un palizón. Uno esperaría que si ese ejército estaba pronto lo más natural hubiera sido que Dios lo utilizara para defenderlos. Por supuesto, si esto hubiera acontecido así, se hubiera provocado una enorme matanza de todo el ejército enemigo. Pero Dios en su misericordia tiene otro plan. EL SEÑOR no “quiere la muerte del impío”. Los sirios, que por supuesto nada saben del ejército protector, deciden atacar. – ¡Al ataque! – ruge el general sirio mientras levanta su lanza.. – ¡Al ataque! – repiten los ayudantes. El ejército se pone en movimiento hacia la ciudad. Esperan que en cualquier momento desde esos muros altos y bien protegidos van a salir cientos de saetas mortales. Pero no pasa nada. Siguen avanzando. La tropa, la caballería, los carros, todo esto en movimiento hace un ruido como de un millón de enjambre de abejas. Desde la muralla, los pobladores de la ciudad ven con terror al enemigo que se aproxima. Sus cascos resplandecen en la luz de la mañana. Todos parecen tan grandes, y tan fuertes. Sus rostros arrugados e implacables expresan múltiples sensaciones. Todos son valientes, son fieros. La mayoría son crueles. Están acostumbrados a matar sin sentir nada. Eliseo, guiado por el Espíritu del Señor ora nuevamente: “Señor, te ruego que hieras esta gente con ceguera. Y los hirió con ceguera, conforme a la palabra de Eliseo”. De pronto algo sucede. El avance se detiene. Los carros de guerra se arremeten entre ellos. En vez de ir hacia adelante van hacia los costados o retroceden. La caballería está en completo desajuste y desconcierto. Unos van para atrás. Otros para los costados y se atropellan entre ellos mismos. La gente dentro de los muros observa y quedan maravillados. El ejército está como si todos se hubieran enloquecido al mismo tiempo. O como si todos estuvieran completamente borrachos. Las espadas y lanzas caen al suelo. Los soldados están extendiendo sus manos hacia delante como si trataran de palpar el aire. De pronto una de las puertas laterales de la ciudad se abre y sale un hombre solo. Es el profeta Eliseo. Camina con toda tranquilidad hacia donde está el comandante en jefe del ejército. La gente que está observando con detalle desde la muralla pone sus manos en la cabeza y dicen: – ¡Está fuera de sí, ha perdido el juicio, está demente! ¡Lo van a matar! Pero el Varón de Dios sigue caminando hacia el ejército enemigo. Cuando llega adonde está la tropa camina con toda tranquilidad entre ellos. Se aproxima al comandante y parece increíble. Desde adentro de las murallas no lo pueden creer. Toma al comandante por la mano y le dice: – Seguidme y yo os guiaré a donde está el hombre que buscáis – y lo empieza a dirigir. Todo el resto lo va siguiendo. Se van alejando. En la distancia parecen un camino de hormigas. Es como si todos estuvieran hipnotizados. Alguien ha dicho que es una ceguera muy especial porque les permite seguir al profeta. Quizás iban todos tomados de la mano. Por fin llegan al destino. Han caminado unos 18 kilómetros. Llegan a la ciudad de Samaria. Dado que están ciegos no pueden ver los fuertes sistemas de murallas defensivas de esa ciudad edificada por el rey Omri. El camino con el calor del sol es dificultoso. Eliseo con una sonrisa en sus labios y con un “tono de voz” burlón repite una y otra vez “Seguidme y yo os guiaré donde está el hombre que buscáis”. Finalmente están en otra ciudad. La gente de la ciudad se alarma. Sucede que viene un ejército hacia ellos y entra en la ciudad. Delante de todos va el profeta Eliseo. Los sirios se han tomado de la mano y han seguido en una cadena humana al Varón de Dios. Los ha llevado adentro de la ciudad. El comandante pregunta dónde los lleva y él responde nuevamente que hacia el hombre que buscan. Ahora el profeta suelta la mano del comandante. Quizás se arrodilla. Levanta los ojos al cielo y dice: – — ¡Oh Señor, abre los ojos de estos para que vean! Por supuesto que el profeta Eliseo sabía lo que iba a hacer. No tendría sentido pedirle a Dios que les abriera los ojos antes de ejecutarlos. Sería más fácil matarlos durante la ceguera que no les permitiría defenderse. Allí están en la plaza principal de la ciudad. Un ejército bien armado los está rodeando. El rey de Israel pregunta: ¿Los mato, padre mío? ¿Los mato? Desde la multitud se destaca el vozarrón de los sargentos que están prontos para dar la orden de matarlos sin compasión. Unos gritan:- ¡Maten esos enemigos, son malvados asesinos! Otros profieren: ¡Muerto el perro se acabó la rabia! Los soldados sirios están temblando. Saben que no tienen posibilidad de escapar. Están completamente rodeados y no ignoran que esa ceguera completa los puede alcanzar de nuevo en cualquier momento y este será el fin. Pero la voz del profeta de Dios se escucha firme y terminante: No los mates. ¿Matarías a los que tomas cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante ellos pan y agua para que coman y beban y se vuelvan a su señor. Vemos aquí un aspecto del corazón bondadoso de este hombre que es duro pero también compasivo. Un hombre que actúa dependiendo de la voluntad de Dios. De ese Jehová que es lento para la ira y grande en misericordia. Un hombre que ha aprendido algo del carácter del Dios a quien el sirve. Cientos de años después Jesús de Nazaret estará en una cruz. Sus enemigos se mofarán de Él, pero intercederá: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen “ (Lc.23:24). ¡Qué sorpresa cuando estos hombres que esperan ser ejecutados, se les provee de alimentos y cuidados! ¡Qué contraste en el desenlace final! “Entonces se les hizo un gran banquete y cuando habían comido y bebido les dejó y se volvieron a su señor”. Parecería que el profeta Eliseo cientos de años antes que el apóstol Pablo practica el principio “Si tu enemigo tuviere hambre dale de comer; si tuviera sed dale de beber; pues haciendo estas cosas ascuas (pedazos de madera incandescente o brasas ) de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo sino vence con el bien el mal”. El sirviente de Eliseo ha aprendido una lección que nunca olvidará. Dios está en el Trono y protege a sus hijos Los soldados vuelven ahora a su país. Mientras camina el largo sendero de la vuelta cada uno de ellos podría decir “Hay un Dios verdadero en Israel.” “Jehová de los Ejércitos es su nombre. Aplicación espiritual. La importancia de ver nuestras vidas desde la perspectiva divina. La fidelidad, gracia y poder del Señor Notas para grupo de estudio Cómo hacía el rey de Israel para enterarse de los movimientos militares del enemigo, en aquella época era absolutamente incomprensible . Hoy un jovencito en una clase de “escuela dominical” nos hubieran dicho: – ¡Es muy sencillo! Habría un equipo de grabación con una cámara de televisión. La señal se enviaba a un satélite artificial que la comunicaba al profeta Eliseo quien tenía un teléfono celular con cámara de televisión que le permitía ver y escuchar todo lo que sucedía. ..” Por supuesto que Dios no necesita de nuestra tecnología pues El todo lo sabe , lo ve y lo puede. Hechos milagrosos en esta porción. 1) Eliseo sabe exactamente lo que habla el rey con su consejos de ministros. 2) Los ojos del siervo son abiertos. 3) Un ejército con carros de fuego de origen celestial rodea la ciudad. 4) Los ojos del enemigo son cerrados 5) Los ojos del enemigo son abiertos El tema de la misericordia de Dios sobre el ser humano. A pesar de la severidad que se ve en la vida de Eliseo aquí vemos el corazón de un Dios que perdona una y otra vez. En tres ocasiones distintas las vidas de los sirios son perdonadas. En primer lugar, cuando el ejército invisible pero real de las Huestes de Dios no los consumen. En segundo lugar, cuando quedan ciegos. El haber dejado un ejército de ciegos en un país desierto significaría la muerte en pocos días por falta de agua. Tercero, cuando en la plaza de Israel son perdonados (probablemente ya estaban desarmados). Notamos aquí nuevamente el principio que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana y cuan grande es su fidelidad. Eliseo no miente cuando dice “seguidme y yo os llevaré al hombre que buscáis”, porque él había abandonado la ciudad de Dotán. Es llamativo que Dios abre los ojos del siervo y cierra los ojos de los enemigos. Jesús se refirió a algo similar espiritualmente cuando dijo “Para juicio he venido a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven sean hechos ciegos” (Juan 9:39) Temas para grupo de estudio: Abriendo nuestro ojos para: a) Ver al Señor Jesús en gloria . “Puestos los ojos en el Autor y consumador de la fe, en Jesús (Hebreos 12:2). b) Mirar las cosas de “arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col.3:3) c) Mirando las cosas que no se ven “no fijando nosotros nuestra vista en las cosas que se ven..las que no se ven son eternas”(2 Co. 4.18) Los “Carros del Señor” Los carros del Señor son miríadas de miríadas, y millares de millares. (Salmo 68:17) “Pues a sus ángeles dará órdenes acerca de ti para que te guarden en todos tus caminos” (Salmo 91:11) “Tuve una visión de noche y he aquí un hombre montado sobre un caballo rojo; .detrás de él había caballos rojos, bayos y blancos” (Zacarías 1:8) “Vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llama fiel y verdadero.”(Ap. 19: 11). Las palabras “no tengas miedo más son los que están con nosotros que los que están con ellos” han sido de gran bendición a todos los creyentes por más de dos mil quinientos años cuando están en dificultad. El mismo Pablo expresa el concepto “¿Qué pues diremos a esto si Dios es por nosotros, quien contra nosotros” Preguntas para grupo de estudio. ¿Qué debo hacer si se me presenta una crisis? ¿Creo realmente en la protección del Señor?. Mencionar versículos que lo apoyan ¿Debo responder haciendo el bien como Eliseo aquellos que le querían hacer daño? Del punto de vista médico la ceguera de los soldados podría significar que no podían ver por un problema de los ojos o que no pudiera el cerebro (área occipital) reconocer las imágenes. El resultado final es el mismo. Por supuesto que el Señor puede utilizar medios que están completamente por encima de nuestro entendimiento o conocimiento científico al hacer sus prodigios. Quizás usó algo similar a una radiación intensa de rayos Laser que provoca el efecto deseado. Muchos estudios arqueológicos se han hecho en Dotan. La ciudad estaba edificada sobre una colina. La ciudad tiene cinco mil años de historia. Está mencionada en Génesis 37, 13 al 17. Tenia murallas de 12. metros de ancho y 8 metros de altura. Pictorial Enciclopedia of the Bible Cerril C. Tenney vol. 2 pag 157. Zondervan Tomado del libro Cuando Dios hace maravillas, del Dr. Roberto Estévez Editorial Mundo Hispano Casa Bautista de Publicaciones

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