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Razones por las que el porno no debe cambiar, sino desaparecer

Como sucede con toda adicción, el cerebro siempre quiere más, más fuerte, más intenso. Es mentira que se pueda cambiar los gustos de la enorme masa de consumidores hacia un porno no violento y no machista.
“En una sociedad sin educación sexual era obligatorio que el porno cambiara”. Fundido a negro y emerge la demoledora frase: “Ahora mandamos nosotras”. Así termina el spot publicitario del Salón Erótico de Barcelona, que abre sus puertas a principios de octubre. Con ‘erótico’, los promotores se refieren con un eufemismo a ‘pornográfico’. El salón ha sido patrocinado durante años por un burdel, y fue famoso por reclutar a trabajadores “voluntarios” a cambio de poder asistir a los espectáculos en directo. Una celebración del neoliberalismo sexual más agresivo, donde los fans tienen la oportunidad de ver con sus propios ojos a las actrices y actores de sus sueños en carne y hueso (y aceite), realizando todo tipo de “performances”, concediendo entrevistas entre stands repletos de las últimas novedades en robótica y juguetería sexual. El mensaje del minuto y medio de hipocresía, marketing y moralina del vídeo promocional de 2018 se resume de la siguiente forma. Como los españoles (y cada vez más, las españolas) reciben toda su educación sexual de un porno machista y misógino, y al no existir una alternativa seria en la escuela ni en casa, la industria del porno ha tomado la iniciativa de reformularse. Ahora, el porno trabajará para transmitir los valores del buen sexo, que es feminista. Así se conseguirá cambiar actitudes y evitar en el futuro casos como los de la ‘manada’. En una hábil estrategia de lavado de cara, la industria porno nos quiere hacer creer que se ha convertido al feminismo y se ofrece a educar sexualmente a los y las jóvenes mejor para ir hacia una sociedad más justa e igualitaria. Sin embargo, aquí van mis 4 razones por las que el porno no tiene que ser feminista, sino que tiene que desaparecer. 1. El porno es una industria, no una ONG. Como otras industrias devoradoras, la del sexo se rige por leyes de la oferta y demanda, no por valores como la justicia o la dignidad. En una sociedad hiperglobalizada, con un capitalismo desenfrenado que nos ha llevado al borde del colapso (los pobres son más pobres, los ricos, más ricos que nunca), lo último que debemos esperar de una industria del calibre que tiene la pornografía en España son lecciones de ética, y mucho menos, de ética sexual. Muchos que leen esto sabrán que hay porno para todos los gustos. De todos los colores y medidas, en grupo, con miembros de la familia, con adolescentes, con niños. Con individuos de todas nacionalidades, de animación, con disfraces. Ahora lo que vende, es el feminismo, por tanto, pretendamos que es posible ser feminista y consumir porno, y añadamos la categoría al pastel de todo lo que demás que se ofrece. Lobos vestidos de oveja. Zapatero a tus zapatos. Pornógrafo a tus billetes. 2. El porno mueve masas. La industria de la pornografía ha cambiado de modelo: del DVD, revista o contenido de pago HD hemos pasado a las páginas de porno ‘gratis’ donde lo que importa es la cantidad, no la calidad ni la naturaleza del contenido. Cuantos más Terabytes de vídeos ofrezcas, más gente lo verá, más tráfico se generará, y más dinero se podrá ingresar en publicidad. La clave del negocio es atraer a cantidades enormes de usuarios. Centenares de millones de personas de todo el mundo llevan ya bastante tiempo viendo contenidos que no son ni feministas ni justos. Lo que todos sabemos pero la industria no menciona (ni en el spot del salón erótico ni en sus plataformas web) es que el porno crea adicción en los cerebros de los que lo ven – hay chicos que llevan desde los 8 años viendo estos contenidos en su pantalla. Como sucede con toda adicción, el cerebro siempre quiere más: más fuerte, más intenso. La misma dosis no sirve al niño que busca la palabra “pechos” en google que al quinceañero que ya lleva más de un lustro obteniendo su ración de excitación sexual de la inagotable fuente que es Internet. Pretender cambiar los gustos de todos estos consumidores para que un día todos vean porno no violento y no machista es ingenuo. Pero la realidad es que no es un objetivo real de la industria. Muchas actrices que producen porno “feminista” hacen escenas de porno mainstream (o sea duro y machista) en paralelo, porque dan ganancias superiores. 3. El porno es prostitución. En su etimología, la palabra pornografía proviene de dos vocablos griegos: Porne (prostituta) y graphos (escritura). No estamos hablando ni de arte, ni de cine, ni de erótica, ni de celebración del sexo. La única cosa que se celebra, como su etimología indica, es la prostitución: el poder mercantil del que paga sobre la que es penetrada. La prostitución en sí misma es incompatible con una sociedad justa e igualitaria. El porno y la mentalidad progresista (con su discurso de justicia social) no pegan ni con Super Glue. 4. El porno alimenta la trata de personas. A 2018 hay más esclavos en el mundo que nunca antes en la historia. Cuando decimos esclavos, no hablamos sólo de gente recogiendo algodón, cosechando cacao o construyendo grandes estructuras en Dubai, sino que también hablamos de mendicidad y trabajo forzados, y aquí en Europa especialmente, de explotación sexual. La trata de personas es un negocio que se codea con el tráfico de armas y de drogas. Aunque tenga la etiqueta de legal, el porno mainstream en demasiadas ocasiones oculta abusos, amenazas, violencia, controles de sanidad fraudulentos, manipulación, consumo de drogas y suicidios. De hecho, sabemos que parte del porno que vemos en Internet, en sí mismo puede ser la grabación de violaciones con las que los tratantes “domestican” a sus víctimas. En los burdeles y clubs de España, hay porno 24h, para que las mujeres en prostitución sepan cómo tienen que actuar para complacer a los clientes, que entran por la puerta con fantasías cada vez más perversas: aquellas que no se atreven a cumplir con su pareja. Podemos y debemos hacer eventos de concienciación, conferencias y caminatas por la libertad para denunciar la crisis humanitaria que la trata significa, pero aquello a lo que damos clic en la privacidad de nuestro dormitorio o baño no puede contradecir nuestras palabras. AFRONTAR EL PROBLEMA El spot del Salón Erótico ya es un evento en sí mismo. Algo así como el de la Lotería de Navidad o el del cava Freixenet. En 2016, lo protagonizó la vocera del porno blanqueado Amarna Miller y el clip se llevó el León de Plata de Cannes. Entonces, el mensaje era otro: ‘Todos veis porno, aunque pretendáis ser religiosos, conservadores o decentes. Dejaros de hipocresía’. Lamentablemente, tenían razón, muchos somos hipócritas. Tenemos un demogorgon con los tentáculos bien metidos en el fondo de nuestras familias, escuelas, iglesias y comunidades. Ningún grupo se salva, este monstruo afecta a pastores y a personas con responsabilidad en las iglesias; a padres, jóvenes y niños de todos los contextos. Pero miramos a otro lado, porque, ¿quién es el valiente que va a tirar la primera piedra? Tenemos que despertar, dejar atrás la destrucción a la que arrastra la pornografía. Educar a nuestros hijos e hijas en una sexualidad sana (¡nunca es demasiado pronto para comenzar a hablar de ello!), ser más transparentes y atrevernos a hablar de lo que no va bien, levantando nuestra voz contra la injusticia del porno, la prostitución y la trata de personas. David Pérez Aragó, marido, padre, maestro. Abolicionista.

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