Este artículo se ha elaborado a partir de varios testimonios reales de cristianos de Corea del Norte cuyas identidades no pueden ser reveladas por su propia seguridad.
«Era muy temprano», recuerda Yong Sook*, una anciana norcoreana que ahora vive en Corea del Sur mientras recapitula uno de los episodios más traumáticos de su infancia. «Mi madre estaba preparando el desayuno cuando alguien llamó a la puerta. Yo me acerqué a la puerta con la ropa de estar en casa y abrí. Al momento, entraron a la fuerza cinco agentes de policía. Me quedé de piedra. Toda mi familia estaba asustada y sin saber cómo reaccionar».
En Corea del Norte, una Biblia es un tesoro que hay que esconder. No se permite orar y las canciones cristianas no pueden ni tener letra. Este país lleva varios años instalado firmemente en lo más alto de la Lista Mundial de la Persecución, ya que el régimen de Kim Jong-un odia el cristianismo. Y Yong Sook estaba a punto de descubrirlo de la peor manera posible.
«Entraron a la fuerza cinco agentes de policía. Toda mi familia estaba asustada y sin saber cómo reaccionar».
Esta hermana norcoreana no tenía ni idea de por qué la policía había destrozado su casa. El miedo no se le iba, al igual que las dudas sobre la detención de sus familiares.
«Nadie vino a consolarme», se lamenta. «Tuvimos que quedarnos en un rincón todo el día mientras lo registraban todo. Buscaban libros gruesos. Pensé que tal vez había un arma escondida dentro de uno de esos libros y eso sería lo que estaban buscando».
Pero no era así. Vinieron porque los nombres de familia de Yong Sook estaban en la lista de personas en búsqueda y captura. Su padre y su abuelo estaban entre los detenidos de aquel día.
El abuelo de Yong Sook tenía por aquel entonces 83 años cuando negó su fe en Jesús y culpó de todo a su propio hijo. Así, fue puesto en libertad por su elevada edad.
«Tenía mucho miedo de lo que pudieran hacerle tras mentir», recuerda Yong Sook. «Él era el verdadero cristiano clandestino. Mi padre no creía en Dios, pero su nombre estaba en la lista. Mi abuelo mintió por miedo y culpó de todo a mi padre. La policía le creyó y fueron a por él». En consecuencia, su padre quedó detenido.
Vivir con miedo constante
En los meses siguientes, tal y como deja ver el relato de Yong Sook, la vida fue muy dura para esta familia de cristianos en Corea del Norte.
«Vivíamos con miedo. Cada día podía ser el último en nuestra preciosa casa de Pyongyang. ¿Dónde estaba mi padre? ¿Seguía vivo? ¿Qué nos iban a hacer a nosotros? ¿Nos deportarían a un campo de refugiados? Todo el mundo sabía que habíamos traicionado al país a ojos del gobierno. Por ello, toda la sociedad nos dio la espalda. Durante meses, la policía no paraba de venir e interrogar a mi madre. Ella tenía que sentarse de rodillas y responder a todas las preguntas».
Seis meses después de su detención, el padre de Yong Sook regresó inesperadamente con su familia a su casa de Pyongyang. Pero una sola mirada suya les reveló la horrorosa realidad de los campos de prisioneros de los que habían oído hablar toda su vida.
«Mi padre era sólo piel y huesos. Parecía un esqueleto», nos cuenta Yong Sook. «Mi padre estaba [más muerto] que vivo. Estaba deprimido y callado. Antes de la detención, tenía un buen trabajo, era gerente en la estación de tren. Pero ahora, pasó a ser el que llevaba el equipaje a los trenes. También tenía mucho miedo de que volvieran a por él».
«Vivíamos con miedo. Todo el mundo sabía que habíamos traicionado al país a ojos del gobierno».
El regreso de su padre también cambió a su abuelo.
«Desde el día en que volvió a ver a su hijo, ya no le dirigió la palabra. Ni una sola palabra. Se sentía tan culpable que ni siquiera podía mirarle a los ojos».
Yong Sook asegura que su padre nunca habló de su experiencia dentro de la cárcel. Tan sólo les contó cómo un día le llamaron al patio de la prisión, donde había otras 140 personas de pie en la plaza que también estaban encarcelados por ser sospechosos de seguir a Jesús, catalogados como miembros de una red cristiana.
Según le contó a su hija, la puerta de la prisión se abrió lentamente, y todo el grupo recibió instrucciones de salir al exterior. Mientras andaban hacia fuera, los guardias iban diciendo los nombres de los que tenían que volver a la cárcel. El padre de Yong Sook negó ser cristiano, al igual que casi la mitad de los otros presos. Gracias a ello, les permitieron marcharse, mientras que otros que no negaron su fe regresaron a sus celdas y, casi con seguridad, murieron en un campo de trabajo.
Finalmente, toda la familia de Yong Sook (que abarcaba cuatro generaciones) fue exiliada a un pueblo remoto donde se les obligó a trabajar para el gobierno. Ahora, debido a su fe, pertenecían a la considerada como clase hostil de Corea del Norte.
Suspendidos entre el cielo y la tierra
Como cristianos en Occidente, a menudo damos por sentada la libertad de practicar nuestra fe. A diferencia del abuelo de Yong Sook, podemos leer libremente nuestras Biblias en cualquier lugar público, cantar canciones de alabanza incluso en la calle… Pero al otro lado del mundo, nuestros hermanos en Cristo tienen que susurrar sus oraciones y esconder sus Biblias en el suelo.
Estas medidas extremas que se ven obligados a tomar los cristianos, así como los castigos extremos que soportan si son descubiertos, son horribles recordatorios de que el régimen dictatorial de Corea del Norte no sólo odia el cristianismo, sino que también le tiene miedo.
Semanas después de su milagrosa conversión, mientras Pablo predicaba el Evangelio en la sinagoga, los líderes judíos conspiraron para matarlo. Hechos 9 nos dice que día y noche vigilaban de cerca las puertas de la ciudad de Damasco para matarle. Pero Pablo se enteró de su plan y, al amparo de la noche, sus seguidores lo bajaron en una cesta por una abertura de la muralla.
En muchos sentidos, nuestra familia norcoreana, como el abuelo de Yong Sook, vive suspendida entre el cielo y la tierra, de la misma manera que Pablo en aquella cesta: luchando cada día por sobrevivir y vivir el Evangelio en un contexto de miedo e incertidumbre.
«Transmitid al pueblo de Dios en todo el mundo que pondremos en práctica el amor del Padre aquí, en Corea del Norte».
Al igual que Pablo a lo largo de su ministerio, los creyentes clandestinos de Corea del Norte viven con el sufrimiento terrenal mientras en sus corazones resuena la promesa del cielo, y deben fundamentar sus vidas en cómo viven su fe. El abuelo de Yong Sook nunca volvió a ser el mismo después de su mentira, pero no es fácil comprender la situación imposible en la que se encontró.
Los cristianos norcoreanos lo arriesgan todo por seguir a Jesús. A veces, las historias tienen finales tristes, como el de la familia de Yong Sook. Pero otras veces, los creyentes son capaces de sortear el radar, adorando al Dios que saben que les hace vulnerables ante su gobierno. Y para ellos, merece la pena.
En palabras de un cristiano norcoreano: «El amor del Padre es asombroso. Somos deudores de su amor. Quiero recorrer este camino de fe y obedecer hasta la muerte. Por favor, transmitid al pueblo de Dios en todo el mundo que pondremos en práctica el amor del Padre aquí, en Corea del Norte».
A través de redes secretas en China, algunos colaboradores están ayudando a unos 100 000 creyentes norcoreanos, proporcionando alimentos y ayuda de subsistencia, refugio y discipulado para los refugiados del país en casas seguras al otro lado de la frontera, y formación a través de la radiodifusión desde fuera.
*Nombres cambiados por motivos de seguridad.