No hay varias teologías en el N. Testamento, como dicen algunos teólogos, sino aspectos diferentes de una misma teología que se desprenden de una sola Revelación divina. Dichos aspectos diferentes se fueron desarrollando a lo largo del tiempo que vivieron los autores del Nuevo Testamento. Pero ese desarrollo no fue una “construcción” que ellos hicieron a título personal, según iban “interpretando” a la persona y obra de Jesús. No, sino que fue algo realizado bajo la dirección divina, al igual que aquellos antiguos profetas del A. Testamento que “hablaron siendo impulsados por el Espíritu Santo” (2ªP.1.21; 2ªTi.3.16; 1ªP.1.10-11). Eso es lo afirmado por el Apóstol Pedro:
“A éstos (los profetas antiguos) se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1ªP.1.12; ver Tamb., Heb.2.1-4).
Por tanto, aquellos que pretenden ver contradicción entre los evangelios y entre los demás escritos apostólicos, olvidan que Jesús no solamente no lo dijo todo sobre la revelación de Dios antes de su muerte sino que, parte de la misma revelación la daría a conocer a los Apóstoles, de forma personal, después de su resurrección (Ver, Hch.1.1-5); pero también se lo daría a conocer por medio de su Espíritu Santo, tal y como Él lo había prometido (Ver, J.16.12-14, con 1ªCo.2.9-10; Ef.3.5; Apc.1.1-3, etc.).
Así que todos los elementos esenciales del Evangelio (los cuatro evangelios) están contenidos en los demás documentos apostólicos, sin que encontremos “teologías diferentes” que estén en contra de la sola Revelación divina que nos fue dada y que lo completa todo. Como bien alguien ha dicho: “en los evangelios Jesús es presentado; en los Hechos de los Apóstoles es predicado; y en las epístolas es explicad y enseñado” . Y si aparece alguna aparente contradicción, tiene más que ver con la aplicación del Evangelio en un contexto pagano, diferente al contexto del pueblo de Israel, donde se desenvolvió el Señor Jesús. Por ejemplo, términos tales como la referencia a “los discípulos” no vamos a encontrarlos en las epístolas. Sin embargo sí vamos a encontrar los mismos principios que regían la vida del discipulado enseñado por Jesús, sin merma de ninguna clase a los que enseñó él mismo. (Un par de ejemplos, en, Ro.12.1-3 y Gál.2.20). Del mismo modo, las referencias al “reino de Dios” aparecerán, igualmente, en casi todos los escritos apostólicos, así como los principios que rigen dicho reino en el corazón y en las vidas prácticas de los creyentes. Por tanto, ellos “predicaron el evangelio del reino de Dios” (Hch.8.12; 19.7; 20.23; 28.31); advirtieron a los creyentes acerca de aquellos que “no entrarán en el reino de Cristo y de Dios” (Ef.5.5); de “ser dignos del reino de Dios” (2ªTes.1.5) y declararon que, habiendo recibido “una salvación tan grande” (Hb.2.2-4) “hemos recibido un reino inconmovible” (Hb.12.28). Y aunque no apareciera el término “reino de Dios” en la cantidad de veces que algunos quisieran (¡Casi de forma exigente!) el reino de Dios está sobreentendido a través de los principios que fueron enseñados y establecidos por los autores bíblicos, y de los cuales, el texto bíblico está saturado. Dicho reino de Dios tendrá la conclusión final en su manifestación y cumplimiento con la venida del Señor Jesús en gloria, cuando Él será reconocido universalmente, como “el Rey de reyes y Señor de señores” (1ªCo.15.24-25; 1Ti.6.13-16; Apc.1.5-8; 5.12-14; 11.15; 19.16).
Por otra parte, hay que insistir en que no hay vida cristiana que no comience con una transformación previa a la cual se le llama tanto, “nacer –espiritual-” (St.1.18; 1ªP.1.23-25) como “una nueva creación” (2ªCo.4.6; 5.17; Gál.6.15; Ef.2.10); e incluso la “regeneración… por el Espíritu” (Tito.3.5). Todo lo cual nos recuerdan las palabras de Jesús dichas varias veces a Nicodemo, cuando le habló de la necesidad de “nacer de nuevo…”, “nacer de agua y del Espíritu” o: “nacer otra vez”, para entrar en el reino de Dios (J.3.1-15). Dicha transformación, en palabras del apóstol Pablo, sería en esencia, “conforme a la justicia y santidad de la verdad” (Ef.4.24, con Ro.14.17); lo cual sería el comienzo que resultaría en un carácter conforme a Cristo: “si en verdad le habéis oído y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús” (Ef.4.21). Y no solo el carácter, sino la forma de pensar, de hablar y de conducirse el creyente, tanto en relación con su comunidad cristiana como en relación con la sociedad que le rodea. (Ef.4.21-24). De eso mismo, precisamente, se trata en más de la mitad de las epístolas del Nuevo Testamento. (Ef.4-6; Col.2-4; 1ªTes.4-5; 1ªP y 2ª de Pedro, etc.). Y todo, porque al reino de Dios no se puede entrar si no es con esas condiciones impuestas por el Señor mismo; es decir el nuevo nacimiento espiritual y una vida de santidad, “sin la cual nadie verá al Señor” (Hb.12.14).
¿Dónde están, entonces, la diferentes teologías o “tradiciones” en oposición unas a otras? Porque si definimos “diferentes” en el sentido de que las exposiciones de cada escritor del Nuevo Testamento entran en colisión unas con otras, eso es algo que no puede sostenerse. Por ejemplo, hay algunos teólogos modernos que afirman que el Evangelio que predicó el apóstol Pablo no es el mismo Evangelio que predicó Jesús. Negando así las palabras del Apóstol Pablo que afirmó que su Evangelio no lo recibió “de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gál.1.11-12). Pero tampoco tienen problema en contradecir el testimonio, tanto de Pablo como del apóstol Pedro al respecto. Pero lo cierto es que los apóstoles mencionados -y algunos más- no tuvieron mayores dificultades a la hora de contrastar sus posiciones y acordar que lo que predicaban uno y otros era el mismo Evangelio de Jesucristo. Entonces, ambas supuestas contradicciones resultaron en un acuerdo cordial y sin fisuras entre ellos. Así, escribió el apóstol Pablo:
“Y reconociendo la gracia que me fue dada, Jacobo, Cefas (Pedro) y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a la circuncisión” (Gál.2.6-10)
Dicho de otra manera, El Señor había llamado a Pedro a Jacobo y a Juan a predicar el Evangelio en el contexto del pueblo judío, mientras que el apóstol Pablo fue llamado a predicar el Evangelio fuera del mundo judío, “a los gentiles”.
Pero luego, incluso el apóstol Pedro hizo una referencia al apóstol Pablo, en la cual le reconoce su profundidad en cosas de las cuales él escribió en su exposición sobre la Revelación divina. Pedro escribió:
“Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2ªP.3.15-16).
En estos textos bíblicos vemos como el apóstol Pedro expresa su total confianza en lo que predicaba y enseñaba el apóstol Pablo; y no solo eso sino que le reconoce una profundidad en sus exposiciones que no era fácil (¡ni lo es!) la interpretación de algunas de sus enseñanzas. Pero además, también le reconoció la misma inspiración en sus escritos, al punto de ponerlos al mismo nivel que “las otras Escrituras” (1ªP.3.16).
Por otra parte, veces leemos de la controversia que hubo en la Iglesia de Jerusalén acerca de la posición que tenían algunos sobre el papel que debía jugar la ley de Moisés en la nueva fe de Jesús recibida (Hch.15). Los partidarios de guardar la ley de Moisés que decían: “Si no os circuncidáis conforme a la ley de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch.15.1-2) estaban empeñados en imponer su criterio a todos los creyentes gentiles que se habían convertido a la fe de Cristo; y muchos estaban creando una gran confusión en las iglesias de creyentes, no judíos, a los cuales se les había enseñado que no era necesario circuncidarse (con todo cuanto eso suponía –Ver, Gál.5.2-3-). Eso dio lugar a que se convocase el primer concilio de la Iglesia para solventar el asunto, que era de carácter teológico. Pero a pesar de que se llegó a un acuerdo en todas las partes convocadas, parece que luego, persistía en gran parte de los nuevos creyentes judíos esa misma actitud celosa por guardar la ley de Moisés (Ver, Hechos, 21.20). Sin embargo, esa controversia tuvo lugar y formaba parte del fuerte contexto cultural y religioso de los nuevos creyentes judíos que no podían creer y aceptar que muchos de aquellos mandamientos que Dios dio a Moisés, tuvieran un carácter temporal. Pero la revelación divina dada en Cristo Jesús, estaba por encima de las disposiciones divinas, parciales y que tenían tanto una finalidad como una utilidad temporal. Tema este que es tratado de forma completa en las epístolas a los Hebreos y a los Gálatas. Entonces en relación con el tema planteado no se dieron dos teologías diferentes en conflicto, sino una sola revelación que necesitó su desarrollo para poder ser entendida y expresada, bajo la dirección del Espíritu Santo, sobre el liderazgo de la Iglesia; especialmente los Apóstoles (Ver, Hch.15.28).
Entonces, lo de las “teologías diferentes” es cierto, en parte. Porque cada uno de los autores del Nuevo Testamento escribió acorde con lo que vio o con la luz recibida por el Espíritu Santo y dentro de su propio contexto y experiencia. Pero como dijimos al principio, el hecho de que sean diferentes no significa que entren en colisión unas con otras, sino que se nos muestran aspectos diferentes de una misma revelación divina, acerca de la persona y obra del Señor Jesús. Valga el símil: así como un diamante tiene muchas facetas, pero cada una forma parte de la misma piedra preciosa, así la persona y la obra del Señor Jesús tiene aspectos que son tratados por unos, de una forma y conforme a la luz que recibieron; y por otros, son tratados de otra forma conforme a la luz que ellos recibieron. Pero, en todo caso, son todos los aspectos los que forman parte de un todo, que Dios tuvo a bien revelarnos en la persona y la obra del Señor Jesús, por su Espíritu Santo y por medio de “sus santos Apóstoles y profetas” (Ef.2.20; 3.5; 1ªP.1.12; Judas 3,17). Éstos, bajo la dirección del Espíritu Santo, lo recogieron todo en sus escritos acorde con las necesidades del momento y el tiempo oportuno; y el resultado es que tenemos una sola Revelación que fue dada por Dios, que sin serle dada a uno solo de forma completa, sí fue entregada, por partes, a cada uno de los que fueron guiados por el Espíritu Santo. Nada más, y nada menos.